Por Javier Calles-Hourclé.-
Se van… ¿se van? Al menos se repliegan. Porque el peronismo, en cualquiera de sus formas e ideologías: fascista, sindicalista, comunista, nacionalista, revolucionaria, neoliberal, socialista, militarista o garantista —sepan disculpar si me dejo algún «ista»—, siempre encuentra un huésped en el que alojarse, como una suerte de Azazel en Fallen. Muchas veces lo hacen en personas bienintencionadas, y otras tantas —demasiadas— en oportunistas demagogos que usufructúan la franquicia a la que todo se le permite.
Lo cierto es que dēmos, el pueblo, ha dado su veredicto: «ya está bien de peronismo», al menos por un tiempo; y, en consecuencia, se repliegan con la velocidad de una corriente de resaca a sus refugios: la provincia de Buenos Aires, el Instituto Patria, España, Estados Unidos, y las bancas retenidas, mientras comienzan el acopio de piedras para hacer oposición.
En su equipaje llevan unos cuantos bolsos, las vacaciones de lujo, una custodia en el exterior mediante decreto firmado en tiempo de descuento, las cajas fuertes, dos jubilaciones de privilegio incompatibles, los sueldos de los chocolatines, los hoteles en El Calafate, el dólar futuro, las coimas, las vacunas VIP, las guirnaldas de la festichola de Olivos colgando del hombro de Alberto y miles de millas acumuladas en la cuenta de Aerolíneas Argentinas… No me va a decir que nunca se encariñó de una pavadita, por puro valor sentimental.
Pero no se me vaya a quejar, que lo que se llevan es una bagatela en comparación con lo que nos dejan. Primero los números. Nos dejan un 45% de pobreza, 10% de indigencia, 150% de inflación acumulada y sin más de 30 grandes empresas y 24 mil PyMEs, que abandonaron la Argentina. No quisieron llevarse la temible bomba de las Leliqs, el aumento de más de U$S 100.000 millones en la deuda pública, ni los miles de empleados públicos pasados a planta permanente contrarreloj. Tampoco las evitables muertes por COVID por haber rechazado la vacuna Pfizer, los retorcidos trenes de Once, la educación en el sótano y el tejido social deshilachado. Y en su partida también dejan la violencia en las calles y los narcos asolando Rosario, los presos liberados, el crimen impune del fiscal Nisman, el cuerpo mutilado de Cecilia Strzyzowski y las impresoras de billetes, con las que financiaron la campaña de Sergio Massa, echando humo en la Casa de Moneda.
En medio de este panorama desolador, el nuevo presidente, Javier Milei, se inaugura con los vítores de una muchedumbre a la que promete ajuste extremo, mano firme y tiempos difíciles. Un futuro incierto que se proyecta desde la esperanza de más de 14 millones de argentinos hacia la figura de un hombre indescifrable. Mientras, de rojo rabioso, en un último gesto de indignidad, con un poder de síntesis que no encontró en sus cadenas nacionales, con la elegancia que nunca tuvo, con el respeto por las instituciones en las que nunca creyó, se repliega, Cristina, con pena y sin gloria, condenada por la justicia y por la historia, al hoyo de su resentimiento.
Autor: Javier Calles-Hourclé (43) / Valladolid, España.
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