Nota: Profesor Humberto Guglielmin. –
Moisés logró sacar a su pueblo de la esclavitud que soportaba en Egipto y conducirlo, atravesando terribles dificultades como el cruce del Mar Rojo y las carencias inevitables de su largo peregrinar por el desierto del Sinaí, para llegar a la tierra que Dios le había prometido para su pueblo. Guiar a ese indisciplinado pueblo no le resultaba nada fácil, por eso Moisés recurría con frecuencia a consultar al Señor para que lo ilumine sobre las decisiones a tomar. Prefería hacerlo en lugares donde el bullicio y el silencio le facilitaran
la comunicación con Dios. En una de esas ocasiones dejó a su pueblo, y durante 40 días y 40 noches estuvo solo en la cima del Monte Sinaí.
En uno de esos días Dios se le manifestó y le ordenó que proclamara a su pueblo diez preceptos morales, escritos en tablas de piedra para que, con su cumplimiento, su pueblo fuera un modelo de referencia moral para las naciones circundantes. Uno de esos preceptos fundamentales ordenados por Dios en el decálogo establecía: ¡no robarás!…
A raíz de la larga ausencia de Moisés y temiendo que no regresara, los israelitas le exigieron a Aarón, su hermano, que con el oro que habían logrado sacar de Egipto les construyera un ídolo material y visible, semejante a los ídolos que habían tenido durante su cautiverio en Egipto. Y obedeciendo el pedido del pueblo, Aarón les construyó un becerro de oro y el pueblo lo adoró.
Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí y vio el becerro de oro y el jolgorio en torno a ese ídolo, desilusionado y enfurecido por el retorno a la idolatría de su pueblo, no pudiendo controlar su ira, rompe las tablas de la ley que Dios le había dado y ordena destruir el becerro de oro hasta convertirlo en fino polvo.
Si bien la interpretación de este relato bíblico es abierta, una de las más aceptadas, apoyándose en el Evangelio de Lucas 16,13 piensa que el relato nos quiere enseñar que no puede haber compatibilidad entre la adoración a Dios y la adoración a los ídolos; y todos sabemos que uno de los ídolos más adorado es sin dudas el oro, la riqueza. El deseo enfermizo de riquezas nubla y dificulta la relación de la creatura con su Creador y, además,
quien ama en demasía el dinero, ofende a las personas con las que se relaciona pues no las considera como personas sino solo como posibles instrumentos para ganar más dinero; incurre en el pecado capital de la Avaricia. El fin de la vida del avaro es la acumulación neurótica del dinero para tener más dinero; ese será el objetivo que guiará todos sus actos y para conseguirlo no reparará ante ningún escrúpulo de tipo moral. El dinero será su obsesión, su ídolo adorado.
Aunque no suele hablarse de este tema es absolutamente evidente que la avaricia es un vicio muy difundido entre los políticos argentinos, desde los más encumbrados hasta los que recién se inician en la política. Todos quieren ser políticos porque quieren tener dinero, mucho dinero. Sin trabajar. Bla, bla, bla y el pueblo cada vez peor. En nuestro país los políticos competentes y honestos no llegan a las alturas, y los encumbrados que viven
solo de su sueldo son una especie ya extinguida.
No existe ninguna profesión que asegure una rentabilidad tan alta y una impunidad tan escandalosa. Si antes de entrar en la política el novato condenaba el robo que hacían los políticos, una vez incorporado a ella rápidamente hará desaparecer esos escrúpulos y andando el tiempo llegará hasta a considerar esa conducta como meritoria.
Naturalmente buscará acallar los reclamos de su cada vez más debilitada conciencia con alguna excusa que considerará justificatoria como: robo pero “para la corona” (el jefe o la jefa), robo pero al menos yo algo hago, robo pero para las arcas del partido, robo pero es que todos lo hacen y si no hicira lo mismo me mirarían mal, robo pero hago algo para los
necesitados etc. Esta diversidad de excusas no son un invento, son parte de la realidad pasada y presente y muchos de esos responsables siguen “haciendo el bien a los argentinos” manteniéndose en la política. Es deprimente.
Conozco una persona que gustaba de ese tipo de música que exalta la marginalidad y las hazañas de los pibes chorros, que cuando le tocó ser víctima de un robo tomó cabal conciencia de lo malo e injusto que es el acto de robar; además, sabiendo de la inutilidad de la denuncia a la policía y de la vigencia de la puerta giratoria, concluyó que su única opción era la peligrosa justicia por mano propia. ¿Dónde está el Estado?
En los ‘70 una de las consignas más difundidas era: “La violencia de arriba justifica la violencia de abajo”; hoy la consigna es: “Los robos y corrupción de los de arriba justifican los robos y corrupción de los de abajo”.
Esta es la indiscutible y humillante realidad. Nadie está autorizado a robar, ni los pibes chorros ni los políticos, por más encumbrados que sean. La corrupción generalizada está demoliendo nuestro país.
Lo que llamamos Estado, no existe como una entelequia abstracta e inmaterial localizada en el mundo de las ideas de Platón; el Estado real, el que está entre nosotros, es el grupo de funcionarios que dirigen las instituciones y si estas personas son corruptas, el Estado funcionará mal y será corrupto y, ya se sabe, nunca los corruptos van a combatir la corrupción.
Asombraría escuchar condenas a la corrupción de parte de los Kirchner, los Massa, los Zamora, los Capitanich, los Insaurralde, los Insfrán etc. Tampoco se acusarían entre ellos por la sencilla razón de que entre bomberos no se van a pisar la manguera. Centenares de funcionarios trabajaron en los gobiernos de los Kirchner y fueron testigos de sus sistemáticos robos de los impuestos que pagan los hambreados trabajadores argentinos y… nadie vio nada, nadie de ellos hizo denuncia alguna.
Insólitamente hemos comprobado que en esta Argentina K, los robos si son importantes dan prestigio e impunidad al ladrón; para lograrla dispondrán de bandadas de astutos e inescrupulosos abogados y de jueces complacientes. En lo político esos robos podrán incluso aumentar el caudal de votos para el partido al que pertenece; esto quedó claramente demostrado en las últimas elecciones. Los escándalos de Martín Insaurralde
con Sofía Clerici en Marbella gastando 14.000 dólares diarios en el yate El Bandido (¡!), los 600.000 dólares hallados en la casa de Sofía días después de estallado el escándalo, las 48 tarjetas de Chocolate Rigau para extraer dinero de empleados truchos de la Legislatura bonaerense etc. solo sirvieron para que el peronismo aumente su caudal electoral en la provincia de Bs.As. a pesar de que se descubrieron apenas días antes de la elección, pero a los votantes no se les movió un pelo. Se demostró que no existe la sanción social para los que roban mucho. ¡Qué mal estamos!
Se ha naturalizado que todo político con aspiraciones, inevitablemente debe ser también ladrón y que esa profesión no debe merecer ni la condena judicial ni la condena social. Esa es la razón por la que nuestra aristocracia cleptocrática no está siendo molestada por sus rapiñas pues, como dijera nuestro excelso presidente Alberto Fernández, solo se trata de “descuidos éticos”. Nada dramático. “Hay que ampliar los derechos” y por esta razón en
Argentina, para los políticos robar se ha tornado un derecho inalienable.
Para hacer más aceptable para la plebe su condición de saqueadores de los dineros del pueblo, los políticos decidieron no ser ellos los únicos en saquear y por eso permiten que también existan ladrones de poca monta que se dediquen a robar a los vecinos y aceptan que si a consecuencia de un robo se produce alguna muerte, bueno, habrá que considerarla como un accidente laboral no deseado. Y si algún juez gorila llegara a mandarlos a prisión, los políticos se encargarán de que su estadía en la cárcel sea breve y su vida allí más confortable que la de aquellos que nunca han incurrido en delitos, viven bajo cuatro chapas y trabajan honestamente para mantener los privilegios de sus políticos opresores.
Es absolutamente inaceptable tomar como propio un bien ajeno sin el consentimiento de su dueño. Los bienes deben ser el fruto del trabajo honesto. ¡Es de sentido común! Es absolutamente inaceptable que en Argentina la Justicia, por cobardía de jueces y fiscales, cajonee indefinidamente las causas por robo de aquellos funcionarios acusados que roncan fuerte en política. ¡Es una vergüenza nacional e internacional!
En algunas culturas, y no metafóricamente, a los ladrones se les cortan las manos… ¿Qué sucedería si esta práctica se introdujera en Argentina?.
La civilización comenzó cuando en el comienzo del neolítico los habitantes de las primitivas aldeas se pusieron de acuerdo en diferenciar las conductas que estaban bien de aquellas que estaban mal, y en premiar al bueno y castigar al malo. Ese firme compromiso colectivo fue consignado en severos códigos de justicia que posibilitaron el surgimiento de brillantes
civilizaciones cuyo estudio no deja de asombrarnos en el día de hoy.
En Argentina estamos esperando ansiosamente la llegada del neolítico.
Nota: Profesor Humberto Guglielmin
guglielmin.humberto@live.com
Fotos: Diario Hoy – Clarn – El Cronista