Nota: Profesor Humberto Guglielmin. –
A pesar de lo que muchos piensan, en la Iglesia Católica son muchísimos más los temas opinables que los dogmáticos. La mayor parte de las doctrinas que se imparten son parte de lo que se llama magisterio ordinario a cargo de sus máximas autoridades, el Papa y las conferencias episcopales. Un ejemplo de que esta libertad de opinión siempre existió y existe la tenemos por ejemplo en el proceso de independencia de nuestro país; podemos afirmar que más o menos la mitad del clero estaba a favor de romper con España y la otra mitad veía horrible que se quisiera esa separación en momentos en que España estaba en graves dificultades debidas a la invasión napoleónica.
En la mayoría de los temas religiosos pasa lo mismo; entre los teólogos se respeta la diversidad de interpretaciones que se hacen como conclusión de estudios serios. Otra cosa es cuando se trata de temas de disciplina interna de la Iglesia. Aquí no se trata de disquisiciones etéreas. Se trata de reglas concretas de funcionamiento de la institución eclesiástica, que tiene normas específicas para su mejor ordenamiento y evitar que se convierta en ingobernable. La guía de conducta del clero está explicitada en el Código de Derecho Canónico, que debe ser cumplido por todo el clero.
Si bien somos seres libres y podemos obedecerlo o no, si un sacerdote está decidido a desobedecerlo -después de haberse comprometido a observarlo- debería manifestarlo y retirarse a la vida privada sin afectar a la Iglesia y escandalizar al pueblo cristiano. Esto vale tanto para aquellos que ocultan tener una doble vida como para aquellos que priorizan ampliamente el activismo político por sobre su misión religiosa.
Para griegos y romanos el sacerdote era el encargado de hacer las cosas sagradas, el encargado del culto a los dioses, el que hacía los sacrificios y dirigía las súplicas. Etimológicamente el sacerdote es “el que da lo sagrado”, el que se dedica a lo sagrado, entendiéndose por sagrado todo aquello que es merecedor de respeto o veneración por estar relacionado con la divinidad y sus misterios.
En la Biblia el sacerdote es el que consagra toda su vida al culto y hace las veces de intermediario entre el pueblo y la divinidad a través de la palabra, la alabanza y la súplica al Dios único.
El sacerdocio no es para cualquiera. Debe tener una clara vocación para servir a Dios y al prójimo. Obviamente debe creer firmemente en Dios y actuar conforme a sus preceptos y los de la Iglesia; debe amar al prójimo en su camino hacia Dios, teniendo la preparación como para aconsejar, para responder sabiamente a las preguntas que angustian la existencia de las personas, y practicar la caridad con los necesitados “dentro de sus posibilidades”.
Quien debe atender específicamente las necesidades materiales básicas del pueblo es el César, el gobernante político. El papel del sacerdote debe limitarse a dar alivio a las necesidades materiales de los necesitados, un papel supletorio. Un buen instrumento para esta tarea es Cáritas. El sacerdote no debe meterse en política porque eso dividirá a los fieles. Debe evitar que las dádivas que para fines sociales les pudieran dar los gobiernos terminen convirtiéndolo en uno más de sus lacayos.
Además, los sacerdotes no tienen la preparación en economía y en política como para hacer propuestas concretas de gobierno; deben limitarse a plantear necesidades. Y pedir su respuesta a los gobernantes.
“Un sacerdote político terminará siendo un político sacerdote”. Habrá priorizado la política por sobre el sacerdocio. El sacerdote no debe darles a los asuntos temporales una importancia tal que lo haga descuidar gravemente su vocación especialísima. Si esto sucediera, estaríamos ante un abandono de hecho de su misión específica y sería bueno que lo reconozca y proceda en consecuencia. No debe dañar a los cristianos con el pecado del escándalo llevando una doble vida: político y cura.
Cuando una persona no cumple con sus deberes, muchos tienden a atribuir a toda la institución a la que pertenece las características objetables de ese individuo.
Y eso no es justo. Si hubiera uno o varios médicos que amaran más al dinero que a sus pacientes, no por eso habrá que condenar y rechazar a la medicina y a los médicos. El mismo criterio debe usarse cuando se trata de los sacerdotes.
Este preámbulo tiene que ver con la notoriedad periodística dada a un “cura villero”, la versión argentina de los curas obreros comenzada en Francia y España en la década de 1950 y que se replicó en Argentina a fines de 1960 gracias sobre todo al ejemplo del Padre Carlos Mujica. La idea de estos curas es la evangelización de los más pobres integrándose a sus vidas, promoviéndolos socialmente, atendiendo sus necesidades y compartiendo con ellos su lugar de residencia.
Estos nobilísimos objetivos, desde sus comienzos fueron ensombrecidos por la casi inevitable tentación de la participación en política como herramienta necesaria para la mejor promoción humana de los más pobres. El Padre Mujica era manifiestamente peronista y sus asesinos también, ya hubieran sido los de la Triple A o los Montoneros.
En Sudamérica el más notorio exponente de esta peculiar forma de evangelización fue Alberto Hurtado, un sacerdote Jesuita chileno que por algunos años se desempeñó como cura obrero en Francia, pero que ante la orden de sus superiores de que abandonara esa experiencia y volviera a Chile, aunque con dolor, no dudó en obedecer.
Eso no significó que renunciara a sus propósitos. En obediencia a sus superiores, siguió luchando de otra manera para asegurar los derechos y la dignidad del trabajo y los trabajadores. Sus mayores frutos fueron la Asociación Sindical y Económica Chilena y especialmente su muy meritorio “Hogar de Cristo”, difundida institución de los Jesuitas cuyo objetivo es el de dar amparo a los más pobres entre los pobres con solo las donaciones de personas buenas católicas, no católicas o ateas. No quiso condicionarse ni perder la independencia aliándose a la política o los políticos. Fue canonizado por el Papa Juan Pablo II.
Por ahora en Argentina no tenemos un Padre Hurtado. El más conocido y mediático es el cura villero Francisco “Paco” Olveira que, luego del balotaje, salió en todos los diarios por haber lamentado el resultado de la votación que dio la victoria a Javier Milei y por haber pedido que los que lo votaron, aunque fueran pobres, no se acerquen a pedir alimentos a su comedor, financiado por el gobierno nacional.
También pidió que esos electores que votaron a Milei renuncien al transporte porque está subvencionado. Aseguró además que el nuevo presidente, debido a la resistencia que se le hará, no duraría los cuatro años de mandato.
De las pocas fotografías que trascendieron, una de ellas lo muestra feliz acompañando a Cristina Kirchner, la mayor ladrona de toda la historia de Argentina, la que cobra una jubilación de 14 millones de pesos mientras más de la mitad de los argentinos lucha por apenas sobrevivir; la arquitecta del plan para empobrecer a la mayoría del pueblo argentino con la emisión y la inflación más descontrolada, y de embrutecerlo destruyendo la Educación Pública con su apoyo a las huelgas sistemáticas y a la politización de los docentes. Esa era la mejor forma de perpetuarse en el poder: un pueblo ignorante y económicamente dependiente de los planes de asistencia del gobierno. ¿Olveira no reparó en estos detalles?
El éxito de este plan de Cristina fue tan extraordinario que una parte sustancial de la población cree que no existe una alternativa mejor a los planes sociales, a los comedores barriales, a la falta de trabajo y a los subsidios. ¿Este cura no encontraba nada irregular en el gobierno de Cristina y Alberto? ¿Hubo alguna vez en algún lugar del planeta un gobierno donde se sumaran tanta corrupción y tanta incompetencia?
Sobre el escritorio del despacho de Olveira no hay imagen religiosa alguna, solo la foto de Perón. Siempre se manifestó peronista-kirchnerista y lo muestra siempre que puede. Suele expresarse en lenguaje inclusivo y no tuvo reparos en manifestarse a favor del aborto legal y del matrimonio homosexual por la iglesia, afirmación que le acarreó la expulsión de la diócesis de Avellaneda-Lanús, y la diócesis de Merlo-Moreno no sabe qué hacer con él.
Olveira se molestó con el Papa Francisco por haber conversado telefónicamente con el presidente electo. Llamó a votar a favor de Massa y ante el resultado adverso manifestó estar de luto y no tener ganas de hablar. En marzo había hecho una huelga de hambre de 7 días en la vereda del Palacio de Justicia porque “el partido judicial quiere proscribir a Cristina”… Estamos claramente ante un Político-cura… y la gran mayoría de los católicos nos sentimos avergonzados de sus procederes.
Me ha dolido escribir esto porque soy católico, pero este cura villero con sus dichos y sus actos escandaliza al pueblo cristiano y desdibuja gravemente al catolicismo.
Una persona que respeto mucho me dio razones para que no hiciera esta nota y por eso tiré a la basura lo que ya había escrito. Días después me acordé de que el Papa había recordado que la Iglesia no es solo la jerarquía sino todo el pueblo cristiano, y que correspondía “hacer lío” cuando se encontrara una buena razón para hacerlo y creo éste es el caso.
Nota: Profesor Humberto Guglielmin –
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