Nota: Profesor Humberto Guglielmin.-
NOTA PREVIA
Todos hemos escuchado más de una vez a personas que hablan de la reencarnación como si fuera un hecho indiscutible. Es un tema sobre el que vale la pena hacer alguna búsqueda. Pero también es bueno reflexionar previamente sobre la vejez y la muerte. Luego, con el auxilio de autoridades creíbles y especializadas, trataremos de acercarnos al espinoso tema del más allá o del más acá, y las diversas posturas que hay sobre esos temas. Por hora comenzaremos analizando el tema de la vejez, y más tarde sobre el de la muerte; también con el auxilio de pensadores muy respetados.
LA VEJEZ
Aunque suene brutal, la vejez es la sala de espera previa al llamado de la muerte. En algún momento llegará para todos, incluidos los que, gozando de la juventud, se creen inmunes a ella. Para todos los ancianos resulta casi un misterio la rapidez con la que el tiempo los dejó en esa edad.
Esa etapa de la vida mereció diversas calificaciones a lo largo de la historia. En nuestros tiempos ser viejo es una estigmatización negativa. Lo nuevo, lo joven es sinónimo de lo bueno, de lo mejor. Se da por supuesto que toda cosa nueva es, indiscutiblemente, mejor que la anterior. Y no necesariamente las cosas son así, especialmente si se trata de seres humanos. Cada etapa de la vida tiene sus ventajas y desventajas.
En los países de Asia oriental, particularmente China, Japón, ambas Coreas, Vietnam, etc. existe una cultura que tiende a exaltar la sabiduría y respetabilidad de las personas mayores, actitud que a pesar de los tiempos en que vivimos no se ha modificado. En occidente no se valora de la misma manera a las personas mayores.
CICERÓN
Fue un gran políticos, filósofo y orador. Introdujo en Roma el estudio de los filósofos griegos y dio nueva forma a la lengua latina con su notable oratoria. Sus Catilinarias contra el asesino de Julio César son un ejemplo de esa perfección literaria.
En el año 44 a.C. Marco Tulio Cicerón, que transitaba sus 62 años escribió el libro “De Senectute,” sobre la ancianidad. Allí hace algunas observaciones notables sobre este tema que valen la pena ser recordadas.
Una de ellas tiene que ver con una actitud frecuente entre los jóvenes que es la de ignorar la muerte como si fuera algo completamente ajeno a su edad: la muerte no es el final de solo los ancianos, también siega la vida de los jóvenes y además añade que el abatimiento y la sensación de derrota no son exclusivas de la vejez; cualquier edad resulta pesada para aquellos que no llevaron una vida virtuosa y además no es justo echar la culpa del abatimiento a la edad, cuando muchas veces la causa de los malestares radica en no tener motivos de satisfacción personal por la vida llevada.
Señala que el hombre justo debe sobrellevar las penurias de la edad con paciencia y disfrutar de verse libre de los ardores juveniles. “Las artes y las virtudes son las armas más propias de la vejez, las cuales, cultivadas por todo el tiempo de la vida, dan maravillosos frutos habiendo vivido largos años… da mucho gozo la seguridad de haber vivido bien, y la memoria de muchas buenas obras”.
El capítulo V de la obra que comentamos tiene como título: “La virtud hace más llevadera la vejez”. Uno de sus párrafos señala que: “Una vida…bien ordenada logra también una vejez gustosa y apacible…Platón murió escribiendo a los ochenta y un años de su edad”…
Se queja Cicerón de que se excluye de los puestos de responsabilidad a las personas entradas en años y justifica su queja recordando que la república romana fue salvada por aquellos ancianos que “defendían la república con su consejo y autoridad”. “No se administran los asuntos graves con fuerza, prontitud y movimientos acelerados del cuerpo, sino con autoridad, prudencia y consejo, prendas que no se pierden en la vejez sino que suelen aumentarse y perfeccionarse en ella… la temeridad es más propia de los mozos, y la prudencia de los viejos.”
Leyendo a Cicerón a veces da la impresión de que se le va la mano en la exaltación de las ventajas de la vejez. Tiende a dar a entender que en la juventud el hombre es víctima de las pasiones, que obnubilan su entendimiento y facilitan: “las traiciones a la patria, las destrucciones de las repúblicas, las inteligencias secretas con el enemigo… estupros y adulterios… no hay mayor enemigo de este divino don -el del entendimiento- que el deleite… la virtud no puede asentar su domicilio en el reino del placer”.
Respecto a los placeres: “la mayor gloria de la vejez es no echarlos de menos”. Los placeres juveniles deben ser sustituidos con ventaja por la agricultura; y recuerda que: “los grandes hombres vivían antiguamente en los campos; en ninguna parte puede ser más dichosa la vejez.”
Fueron muchos, a lo largo de la historia, los que pensaron lo mismo. El extraordinario emperador romano Diocleciano, después de abdicar de su cargo en el año 305 de nuestra era, para recuperar la paz y la serenidad personales se instala en la costa dálmata, (actual Croacia) a orillas del mar Adriático, donde comenzó a dedicarse a las labores de la tierra. Comenzó a sentirse tan bien cumpliendo esa nueva actividad que cuando Maximino Augusto le suplicó que retorne al gobierno porque el imperio se estaba desestabilizando le respondió: “¡Si vieras qué coles cultivo en mi huerto, no me pedirías que lo deje para volver a preocupaciones semejantes!”. En esa actividad consumió sus últimos diez años de vida.
Para Cicerón, el hombre justo no tiene que temer a la muerte pues, además de ser inevitable, será la ocasión que nos permita ver a nuestros padres. “Pitágoras y todos sus discípulos, jamás pusieron en duda que nuestras almas fuesen derivadas y desprendidas de la mente divina; también tenía presente el discurso que hizo Sócrates el último día de su vida sobre la inmortalidad de las almas”.
“No me pesa haber vivido porque he vivido de modo que no me parece haber vivido en balde, y salgo de esta vida como de una posada, no como de una casa; porque no nos ha dado a naturaleza casa donde habitemos, sino posada donde paremos poco tiempo… feliz aquel día en que parta a aquella divina junta de las almas y deje esta baraúnda del mundo. Porque no solamente iré a ver a todos los grandes hombres de quienes arriba dejé mención, sino también a mi amado hijo Catón”…
NORBERTO BOBBIO
Dos mil años después de Cicerón, Norberto Bobbio, un renombrado jurista y filósofo italiano autor de muchos libros sobre derecho, filosofía y política, que recibió títulos honoríficos de renombradas universidades del mundo incluida la UBA, retoma el mismo tema sobre la vejez en uno de sus libros llamado también “De Senectute” como el de Cicerón. El tiempo transcurrido entre ambos autores es muy amplio por lo que se justifican las amplias diferencias entre ellos; la vida en la Europa rural de Cicerón no tiene ningún parecido a la de la sociedad industrializada de nuestros tiempos. La vida rural no era la excepción sino la regla. Eso justifica la diversidad de ópticas entre ambos autores. Algunas de sus buenas observaciones son:
*En tiempos de Cicerón una persona de 60 años era realmente vieja pero hoy la verdadera vejez se ha corrido unos 20 años más. Solo una persona que ha traspasado los 80 años es biológicamente vieja-vieja, y completa esta afirmación diciendo que mientras de la vejez sicológica gracias a la ciencia uno puede volver, recuperarse algo, no sucede lo mismo con la biológica, que es irreversible.
*Quienes en otros tiempos habrían sido calificados de ancianos venerables y fuente de sabiduría y consejos, hoy son representados en manera poco favorable y, en algunos ambientes, directamente ridiculizados. La actitud más frecuente es la del “juvenilismo”, la sistemática exaltación de lo joven. Se da por sabido y evidente que cualquier cosa que no es actual es de calidad inferior trátese de música, arquitectura, costumbres, literatura, muebles, filosofía, organización familiar, educación etc.etc.
*La exaltación sistemática de lo joven está favoreciendo un creciente aislamiento de los ancianos. En parte ese aislamiento se debe a que el rápido crecimiento de la tecnología los deja muy rezagados porque ya no están dentro del sistema educativo y, por otro lado, ellos han llegado a la ancianidad sin necesitar esos cambios tecnológicos que no entienden y que no les interesa conocer. El anciano se aferra a los principios y valores que fueron suyos y tiende a menospreciar lo nuevo, tanto como lo hace el joven con lo viejo. El mismo N. Bobbio admite que a muchos pensadores actuales no los entiende simplemente porque no le interesan los temas que desarrollan y porque él es de otro tiempo.
*Bobbio señala que Cicerón se excede cuando poco menos hace una apología de la vejez y desdramatiza por completo la muerte basándose en que: “Un albergue nos ha dado Natura para detenernos, no para vivir en él. Bellísimo será el día en que parta hacia la divina tertulia y concilio de las almas, apartándome de esta turba y confusión.” Cicerón enfrenta la seguridad de la muerte con optimismo y ansias, pues le espera un mundo mejor. En cambio el filósofo italiano Paolo Mantegazza , que era agnóstico, en su libro “Elogio de la vejez”, sugiere marchar hacia la muerte sin pensar en ella, con los ojos cerrados.
* Hoy día deberían acallarse las frases que exaltan la vejez, porque el planeta se está llenando de viejos – tiempo atrás eran pocos los que llegaban a serlo-, las personas viven cada vez más y los médicos se ensañan en no dejar morir a los que están heridos por la vida.
*Existe una bien organizada campaña para incorporarlos como nuevos integrantes de la sociedad de consumo, al promover una enorme oferta de atención hospitalaria especializada y de residencias, de enfermeras a domicilio, de los más novedosos tratamientos y soluciones mágicas para todos los problemas de la edad, de los pañales más absorbentes, de las pantuflas antideslizantes rosadas o azules, los mejores antidepresivos etc. etc. Existe una enorme batería de productos y ofertas a su disposición. Por supuesto, estas ofertas tienen como fondo a viejitos llenos de optimismo y sonrientes por su futuro. Pero no es esa la realidad. Casi no existe ningún testimonio de los ancianos que aceptaron participar en un estudio especializado, que confirme el falso optimismo que reflejan esas propagandas. Fue muy repetida, en cambio, la palabra desesperanza.
*Una manera eficaz de transcurrir en forma llevadera esta última jornada en la tierra es la de recordar los momentos de felicidad del pasado, las acciones meritorias, los lugares recorridos, los hijos o los familiares a los que ayudó de alguna manera… La remembranza de esos recuerdos vuelve a poner al anciano en una etapa de la vida donde él era protagonista y “las cosas eran distintas y mejores”.
Tal vez sea útil recordar una conocida anécdota según la cual un niño miraba en forma burlona una camioneta destartalada que solía pasar frente a su casa, hasta el día en que decidió mirar una inscripción que tenía en su parte trasera; allí decía: “Yo también fui un último modelo”. El tiempo inexorable pasa para todos. Y no podemos impedirlo.
Nota: Profesor Humberto Guglielmin.-
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