Nota: Profesor Humberto Guglielmin.-
“Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando/ cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor/… Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, qu´es el morir/ allí van los señoríos, derechos a se acabar e consumir/ allí los ríos caudales, allí los otros, medianos e más chicos/ y llegados, son iguales a los que viven por sus manos e los ricos/ Este mundo es el camino para el otro, qu´es morada sin pesar/ mas cumple tener buen tino, para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos/ así que cuando morimos descansamos/…Los placeres e dulzores d´esta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, e la muerte la celada en que caemos… así que non hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e perlados, así los trata la muerte, como a los pobres pastores de ganados”… JORGE MANRIQUE. Coplas a la muerte del Maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, su padre. Cancionero.
¿SE SOBREVIVE A LA MUERTE?
Max Scheler fue un notable filósofo alemán muy ligado a la fenomenología, la Antropología filosófica y un referente obligado en temas de la Filosofía de la Religión. Tuvo una atormentada vida familiar, docente y religiosa. Su padre fue protestante y su madre judía, pero en su juventud se convirtió en un católico fervoroso. Tropiezos en su vida privada y académica lo empujaron a navegar por el panteísmo hasta retornar, aunque con sobresaltos, al catolicismo. Entre 1911 y 1914 elaboró el libro “Muerte y Supervivencia”, del que tomaremos algunas de sus afirmaciones.
“La fe en la inmortalidad, durante los últimos siglos, se ha debilitado cada vez más dentro de la civilización de Europa Occidental. ¿Cuál es el motivo? Muchos creen que es lo que ellos llaman el progreso de la ciencia. Pero la ciencia suele ser solo el sepulturero, y nunca la causa de la muerte de una fe religiosa. Las religiones… no pueden ser probadas ni refutadas por la ciencia”.
Scheler afirma que existen muchas otras posibles explicaciones sobre el debilitamiento de la fe en la supervivencia de las personas pero, al mismo tiempo, afirma que todas ellas están equivocadas y que “prueban solo la tenacidad del prejuicio de que una fe religiosa se basa en pruebas, y que puede ser derribada con pruebas… todos los hechos comprobados por la observación, que revelan la dependencia que hay entre las vivencias anímicas y los sucesos del sistema nervioso central se pueden muy bien compaginar con las más diversas teorías sobre la unión de cuerpo y alma…” Y más adelante aclara que, ninguna de las observaciones científicas que se hagan tanto en el campo de la medicina o de la psiquiatría, como en el de las otras ciencias, permitirá concluir nada sobre la verdad o falsedad de alguna creencia religiosa.
La creencia en una sustancia inmaterial, sutil, independiente del cuerpo pero que sin embargo lo “anima” e interactúa con él, y que es el soplo de vida de todos y cada uno de los hombres, no es el resultado de pruebas objetivas sino producto de una experiencia vital no reflexiva, de una evidencia cuyo sostén es solo la intuición.
Entendemos por intuición ese flash luminoso que nos acerca la respuesta a una cuestión, sin pasar por el trámite de las pruebas. La necesidad de más pruebas sobre la existencia del alma, surge cuando se debilita la confianza en la intuición, que solemos no valorar tanto como la razón, o que directamente la despreciamos… sin embargo la gran mayoría de nuestros actos, incluidos los más importantes de nuestras vidas, han tenido a la intuición como el factor último y más determinante a la hora de tomar decisiones.
La elección del trabajo, del estudio, de la profesión, de un amigo, de quién será la persona con la que compartir la vida etc. son decisiones que ciertamente tienen una importante base racional, deben tenerla; sin embargo, ante la aparición de vacilaciones, quien decide la actitud a tomar es la intuición. Y las garantías de acierto o error entre la razón y la intuición de hecho son más o menos similares. La intuición solo debe descartarse en el campo de las ciencias empíricas. El factor que más influye a la hora de creer en algo o de tomar una decisión, es la desvalorizada intuición. Si razonáramos cada cosa que vamos a hacer, no llegaríamos a ninguna conclusión definitiva, porque para todo siempre habrá un margen de duda o un pero… nada es 100% seguro, en ningún campo; es este el momento en que apelamos a la intuición para que vuelque el fiel de la balanza. El 90% de las cosas que hacemos en nuestra vida diaria, las hacemos por rutina o por intuición. Podemos concluir que a pesar de que la intuición es una vía de conocimiento no racional, no nos va tan mal conviviendo con ella.
Scheler dice que a lo largo de la historia la creencia en la supervivencia y en la inmortalidad del alma no fue para el hombre el resultado de un “acto especial de Fe”; eso nunca fue necesario porque esta creencia “es parte de la concepción natural del mundo”; nadie necesita pruebas de la existencia del sol, el sol está ahí. La intuición nos dice que el alma está ahí, que sobrevive a la muerte y que este hecho es simplemente evidente a pesar de carecer de pruebas objetivas.
Pero, ¿existe algún otro tipo de argumentos que refuercen esta convicción sobre la supervivencia? Existen muchísimos libros e investigaciones rigurosas que sugieren que personas declaradas clínicamente muertas por algunos minutos, y que gracias a las diligencias de los médicos interrumpieron su viaje al más allá, tienen algunas cosas que contarnos. Tal vez sea discutible la validez de todos estos testimonios, pero la prudencia nos dice que sobre esto no hay que hacer juicios descalificativos fáciles, porque la gran mayoría de esos estudios se han realizado sin pre-juicios y con el mayor rigor científico posible, por lo que merecen respeto.
Lo que le suceda al alma una vez separada del cuerpo ya no es una atribución de la Filosofía, escapa a su cometido, solo puede entender sobre temas que están dentro del campo de la razón y no puede ir más allá; sin embargo, Max Scheler y J.W. von Goethe y, en general, los historiadores y antropólogos importantes, afirman que la filosofía puede llegar a asegurar la supervivencia del alma, y la prueba que dan es la de que todos los pueblos, en todos los tiempos y lugares han llegado, por la fuerza de la sola razón, a la conclusión de que la muerte solo afecta al cuerpo y que el alma sobrevive.
A pesar de sus diferencias metodológicas, en temas como la supervivencia del alma, la teología y la filosofía están en completo acuerdo. La filosofía toma como criterio a seguir en la búsqueda de la verdad, lo que puede probarse con la fuerza de la razón; mientras que la teología se guía por la revelación, por lo que se nos trasmite a través de los libros sagrados, y en este campo el acto de Fe es su forma de prueba. Por esta razón, de ninguna manera una de ellas debe incursionar en el campo de la otra ya que usan argumentos de prueba muy diferentes. Si se hiciera, se estaría entrando en un campo minado.
Dentro del campo religioso no todo es dogmático, no todo supone un acto de Fe. La mayoría de los temas contenidos en los libros sagrados están sujetos a interpretaciones hechas por teólogos reconocidos por la amplitud y profundidad de sus conocimientos y en estos conocimientos residirá la fuerza probatoria de sus argumentaciones; sus conclusiones no serán dogmas, serán opiniones muy autorizadas, pero solo opiniones.
Respecto a los pasos que deberemos recorrer en el más allá, no existen , en los libros sagrados los detalles que nos gustaría conocer, de ahí el temor de los teólogos a incursionar en ese tema; solo coinciden en que el alma inmortal, la persona, luego de la muerte recibirá la retribución que por sus obras merezca.
“El único dogma cristiano sobre el más allá es el de que resucitaremos, dejando para siempre nuestro tiempo individual aquí en la tierra para entrar en la eternidad junto a Dios.
La doctrina cristiana nos dice que al morir superaremos el tiempo tal como lo hemos vivido, y viviremos la “recapitulación de todas las cosas en Cristo” como dice San Pablo.” (Enrique Miret Magdalena, profesor universitario laico de teología y renombrado conferencista español, en su libro “Catolicismo para Mañana”).
Existe una clara diferencia entre tiempo y eternidad. Llamamos tiempo a la medida de las cosas que pasan, que fluyen; y eternidad a un presente permanente, sin pasado y sin futuro. Dentro del tiempo existen el presente, el pasado y el futuro, existe lo transitorio, lo que cambia; en la eternidad desaparece el pasado y el futuro, no habrá mutaciones. La eternidad será un eterno y gozoso presente para quienes hicieron el bien y evitaron el mal.
No hace muchos años el canónigo John Pearse-Higgins, vicepresidente de la confraternidad de Iglesias para los Estudios Psíquicos y Espiritualistas de Gran Bretaña, en su “Carta a un Estudiante”, en respuesta a una consulta que se le hiciera, se animó a señalar los pasos que se seguirían luego de la muerte. En esa carta se pregunta: “¿a dónde vamos después de la muerte? Creo que la evidencia confirma, en términos generales, lo que dijo San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios capítulo 15, cuando habla del “cuerpo espiritual”. A la hora de la muerte nos desprendemos del cuerpo material que es cremado, enterrado o eliminado de cualquier otro modo. Emergemos del cuerpo material revestidos de un cuerpo “espiritual” que aparentemente se asemeja al cuerpo físico que tuvimos durante nuestra vida, salvo en que no padece de ninguna de nuestras incapacidades físicas terrenales… las personas buenas y honestas, son recibidas al abandonar el cuerpo por amigos serviciales (a quienes la Biblia llama ángeles, palabra que en realidad significa “mensajeros” ¡y no implica que necesariamente deban tener alas!). Esos seres espirituales los conducen a los dominios de la Luz –el Paraíso en el lenguaje bíblico- que parece ser la primera de las “etapas” o “moradas” a las que se refiere Jesús en el Evangelio según San Juan, capítulo 14. Allí, luego de un período de readaptación o juicio, como lo llama la Biblia, son destinadas a tareas propias de su estado… allí van las personas normalmente decentes y buenas, que cumplieron con su deber lo mejor posible durante su estancia en la tierra. Si morimos siendo personas razonablemente buenas, nos encontraremos en un buen estado después de la muerte”. Hasta aquí P.Higgins.
Arnold Toynbee, tal vez el mejor historiador del siglo XX, luego de estudiar las doctrinas que sobre este tema tienen las diversas religiones históricas concluye que “La creencia en la resurrección de los muertos es oficialmente obligatoria para los zoroástricos ( pueblos que habitaron y habitan la antigua Persia, actual Irán, y también sus márgenes), los judíos, los cristianos, los musulmanes, los hinduistas y los budistas; y estas seis religiones disponen, en conjunto, de una gran mayoría de la humanidad.”
“La enseñanza de las cuatro primeras es que un ser humano “solo vive una vida”, que su alma descarnada sobrevive a la muerte, y que, en una fecha futura e impredecible, todas las almas volverán a encarnarse para el Juicio Final y según el veredicto, a gozar de la exaltación en el Paraíso o de los tormentos en el Infierno”.
“La enseñanza del Hinduismo y el Budismo es que el alma (o, como diría un budista, la cuenta de un karma sin saldar) renace en forma psicosomática no una sino innúmeras veces. Según el budismo la cadena de renacimientos solo puede cerrarse si, en una de las tantas reencarnaciones psicosomáticas, se saldan cuentas para permitir el ingreso al Nirvana”, que no es el Paraíso.
Para la mente Occidental, esta ilimitada serie de reencarnaciones compulsivas tanto en animales como en hombres por parte de una misma persona, según la Filosofía de Aristóteles choca contra el “principio filosófico de identidad”, según el cual toda entidad es igual a sí misma, y por lo tanto diferente de cualquier otra entidad. Es un principio indiscutible. Llevado este principio al tema que nos ocupa, uno no puede ser Pedro en esta vida y, ese mismo Pedro, en otra vida ser un pastor de la sabana africana o una vaca. Ya no se trataría del mismo Pedro. Al ser una cosa no puede ser otra.
La identidad de las personas incluye tanto al alma como al cuerpo, y también las circunstancias de la vida por las que atravesó Pedro, ya que influyeron fuertemente en la formación de su identidad. Pedro tuvo unos determinados padres y familiares, un marco educativo, social y económico absolutamente personal, distinto incluso al de sus hermanos. Pedro es solamente uno y es irrepetible. Pedro no puede ser otra cosa que Pedro. Las identidades múltiples se excluyen entre sí.
El hombre actual, tanto respecto a la muerte como al misterioso más allá tiene una actitud de rechazo o negación, manifestada según Blas Pascal (físico, matemático filósofo y teólogo francés del siglo XVII), en su total inmersión en el torbellino de la hiperactividad laboral y social, que le restan tiempo para reflexionar y meditar en las cosas más profundas de la vida. La hiperactividad lo narcotiza en forma efectiva contra el pensamiento de la muerte y de lo que pudiera haber en el más allá, exponiéndolo de esta manera a posibles situaciones de extrema angustia cuando se encuentre ante situaciones límite. En esos momentos acudirán a su mente todas las preguntas que no se hizo en mejores momentos. Y no tendrá preparada la respuesta por no haberla buscado. El objetivo inconsciente de esta actitud negacionista es el de crearse la ilusión de la prosecución infinita de la vida, sin hacer caso a que la muerte y sus consecuencias nos esperan en cualquier momento. No es que nieguen la supervivencia del alma y el más allá, prefieren “no pensar en esas cosas desagradables”.
Johann P. Ackermann gran amigo de Johann W. von Goethe, la mayor gloria de las letras alemanas, en su libro “Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida”, le escuchó afirmar que: “El filósofo no necesita de la autoridad de la religión para probar ciertas doctrinas, como por ejemplo la de una perduración eterna. El hombre tiene que creer en la inmortalidad, tiene derecho a ello, está de acuerdo con su naturaleza, y puede basarse en afirmaciones religiosas; pero si el filósofo quiere tomar la prueba de la inmortalidad de nuestra alma como si fuera una leyenda, entonces eso es muy débil y no quiere decir mucho. La convicción de nuestra perduración me brota…”
Goethe pensaba que la conciencia del poderoso espíritu del hombre no puede ser limitada a esta vida terrenal; el espíritu del hombre no tiene ningún tipo de límite, por lo que tiene que perdurar más allá de la muerte. Y sigue Goethe: “no querría en absoluto prescindir de la felicidad de creer en una futura perduración…están muertos también para esta vida todos los que no esperan la otra…Tengo la convicción de que nuestro espíritu es un ser de naturaleza indestructible…Es semejante al sol”.
“El último enemigo que será vencido es la muerte.” 1 Cor 15.26
Nota: Profesor Humberto Guglielmin
guglielmin.humberto@live.com