LA MUERTE Y SU MISTERIO primera parte

Nota: Profesor Humberto Guglielmin.-

“Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”. (Acuérdate. hombre, que eres polvo y al polvo has de volver) Gen 3,19.

El gran poeta latino Lucrecio nos dice: “a nadie se le concede la vida en propiedad absoluta; a todos se nos da solo en calidad de usufructo temporario”.
La muerte es una característica exclusiva de animales y de vegetales que han llegado a cierta complejidad estructural; solo ellos mueren. Resulta discutible llamar muerte al proceso de algunos organismos vivientes muy simples, que logran perpetuarse dividiéndose en partes que a su tiempo volverán a dividirse y de esta manera logran perpetuarse. Obviamente la muerte no es aplicable a la materia inanimada.
La conciencia de su próximo fin es muy intimidante para los seres humanos pero, en menor medida, también para muchos animales, que perciben de alguna manera su próximo fin. Tal vez el caso más ruidoso sea el del cerdo.
El hombre percibe con toda claridad el paso del tiempo y la repercusión que tiene en su cuerpo. Sabe que envejece y que se acerca al inevitable fin; y eso le preocupa. Ve que los animales mueren, que las plantas mueren y, además, sabe que es el único animal que sabe que tanto él como sus congéneres inexorablemente morirán. No hay excepciones.

ATRAVÉS DEL TIEMPO
Llama la atención que, en forma explícita o implícita, todos los hombres y en todos los tiempos hayamos negado el hecho de que la muerte fuera un final definitivo y total. Incluso muchos materialistas y ateos confesos, ante la pérdida de un hijo, de su madre o de un amigo querido, en su fuero interno y, a veces en la ceremonia de despedida de su cuerpo, no pueden evitar expresar la esperanza de un posible reencuentro futuro.
El homenaje a los muertos, las necrópolis (ciudades de los muertos) son una evidencia de que el hombre, de alguna manera consciente o inconsciente, piensa que el fallecido solo se ha ausentado de este mundo y por eso, en sus familiares y amigos vive fuerte la esperanza de volver a verse.
En ninguna sociedad, en ningún tiempo, el cuerpo humano fue descartado como si fuera basura… En la antigua Persia el cadáver era dado, en los lugares altos, a las aves de rapiña no por rechazar la creencia en la vida después de la muerte, sino por razones sanitarias, para evitar la repetición de letales epidemias por entierros defectuosos.
Un materialista consecuente podría ver el cuerpo del difunto solo como un peligroso rezago de químicos o como un recurso económico que debería ser aprovechado. Si el fallecido, fuera solo materia inerte ¿qué sentido tiene homenajear a la materia inerte? No es coherente con el materialismo.

La respetuosa actitud ante los muertos no es el resultado de nuestra supuesta superioridad cultural; siempre, desde que el hombre es hombre, se creyó o se sospechó que la persona fallecida solo había abandonado su cuerpo terrenal, pero que de alguna manera seguía viva y presente.
Llaman la atención los descubrimientos de tumbas del Hombre de Neandertal, de más de 60.000 años atrás, alguna de ellas ubicada en lugares que fueron siendo desertificados por el paso de los milenios, y halladas en forma inesperada pues lo que se buscaba era otra cosa. En esas tumbas se nota el empeño del hombre primitivo por hacer una construcción elaborada, que pudiera resistir el paso del tiempo. Obviamente ese tipo de construcciones estaba reservado solo para personajes importantes de ese tiempo, pero es seguro que todo fallecido recibía la mejor de las sepulturas posibles en ese momento y lugar.
Otro detalle de esas tumbas lo aportaron los paleobotánicos y es el de los vestigios de variadas flores que habían sido depositadas en esas tumbas como forma de reconocimiento. Estos y otros hechos sugieren que desde la más remota antigüedad el hombre creyó que la muerte solo afectaba el cuerpo y que el difunto, de alguna confusa manera, seguía presente entre los vivos motivándolos y alentándolos. Esa era la razón por la que se le dedicaban esos homenajes.

LOS TIEMPOS MODERNOS
La conciencia de la finitud de todo hombre es tan poderosa que suele ser una razón determinante a la hora de evaluar el sentido o el sinsentido de la vida e influirá fuertemente en el estilo de vida que adopte. La conciencia de que la muerte es inevitable y el enigma que la acompaña, hará que algunos elijan una forma de vida ajustada a los preceptos religiosos o a valores laicos indiscutibles, pero también será causa de que otros pasen por la vida entregados a frivolidades, sin que la muerte les signifique nada.
El filósofo social Arthur Koestler escribió: “Todos recuerdan al viejo sabio que dijo que la filosofía es la historia de los intentos del hombre por reconciliarse con la muerte. Si la palabra muerte estuviera ausente de nuestro vocabulario, nuestras grandes obras literarias jamás hubieran sido escritas, no existirían las pirámides y las catedrales, ni las obras de arte religioso”…
Para Schopenhauer, la Metafísica tiene su origen en la mirada profunda que la Filosofía y la Religión hacen sobre la muerte; las otras ciencias se limitan a estudiar, con todo el rigor posible, solo el hecho biológico de la muerte; pero no van más allá. Las ciencias no se plantean la posibilidad de la supervivencia del alma luego de la muerte; y hacen bien, pues trabajan con herramientas inadecuadas para estudiar el alma o la conciencia, que escapan a la observación material.

Desde los tiempos de Sócrates, el problema de la inmortalidad del alma ha despertado intensos debates en la cultura occidental, tendientes a esclarecer la naturaleza del alma y su relación con el cuerpo.
El sentido de nuestra vida está en clara relación con la actitud que tomemos frente al hecho de la muerte. Platón considera que la tarea prioritaria del filósofo es la de prepararse para enfrentar la muerte. El movimiento filosófico Existencialista, surgido en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, hizo de la muerte un tema central; tanto que Heidegger define al hombre como un “ser para la muerte” y dice que la existencia humana auténtica es la de aquel que enfrenta la muerte con plena conciencia de que va a su desaparición; quien lo hace con esta actitud “muere”; los que eluden vivir la vida sin plena conciencia de su deplorable condición humana, “se mueren”.

Para el Existencialismo filosófico, la muerte es la prueba de la desgraciada condición humana, de su finitud y del sinsentido de la vida; sinsentido que debe ser tomado con entereza porque nada tiene sentido; ni puede llegar a tenerlo. Piensa que aunque Dios existiera nada mejoraría porque el núcleo del problema es la miserable condición del hombre. Sin embargo, a pesar de esta desalentadora realidad, muchos existencialistas piensan que el hombre que quiere llevar una existencia auténtica debe proyectar su vida enfrentando conscientemente su desaparición; de esta manera él será lo que quiera ser.
El Existencialismo transpira pesimismo por todos sus poros y no son pocos los que defienden que la actitud más razonable del hombre debería ser la de escapar voluntariamente de este mundo; deseo que, en nuestros días, comparten muchos de los que por diversas razones tienen hastío de la vida. (No confundir esta actitud filosófica, que frecuentemente no va más allá de elucubraciones teóricas de salón, con la de aquellos que, víctimas de la depresión, necesitan en forma imperiosa escapar de una realidad que ellos ven como abrumadoramente aplastante).
Los hombres no solo tenemos vida biológica, también tenemos conciencia de nosotros mismos; tenemos un alma que anima esa masa de materia orgánica que llamamos cuerpo y que cuando se produce la muerte, nuestra parte biológica se desintegra y se incorpora a la tierra; no sucede lo mismo con aquella parte de su persona que es inmaterial y por lo tanto incorruptible.

Una vez que el hombre ha muerto ¿qué sucede con su conciencia, con su alma? No lo sabemos. Solo podemos aventurar conjeturas. No hay certezas, solo una gran variedad de hipótesis más o menos fundadas y creibles pero no empíricamente verificables. Además, las ciencias nunca podrían aclarar nada sobre estas hipótesis porque el alma es inmaterial y porque las experiencias personales que suelen aducirse para dar respuestas sobre este tema, no pueden ser tomadas más que como un indicio más o menos creíble.
Pocas personas conocieron mejor la historia del pensamiento humano de todos los pueblos y de todos los tiempos que el gran historiador y filósofo de la historia Arnold Joseph Toynbee. Este gran pensador, en base a esos conocimientos, en su libro La Vida después de la Muerte, señala que: “una personalidad humana no es sino una astilla temporariamente separada de esa realidad espiritual sin límites (Dios), y que la muerte no hace sino devolver la personalidad a esa realidad espiritual originaria. Ciertas personas han tenido experiencias que sugieren que tal es la verdad, y otras, poetas especialmente, han vertido tales intuiciones en palabras memorables.” Y luego de citar varios autores sintetiza el mensaje de esos poetas en estas palabras: “(las personas) “al morir han de retornar al jubiloso estado de existencia que les fue arrebatado al nacer”.

Henry Vaughan en “Insinuaciones de inmortalidad…” comenta: “Hay hombres que prefieren avanzar/ pero yo preferiría retroceder/ y, cuando este polvo caiga en la urna/ regresar al estado del que provengo.” William Wordsworth y muchos más, ven la vida humana en la tierra como un interludio que, a más de breve, es anormal e infeliz. Esa etapa de felicidad interrumpida por el nacimiento la llaman “eternidad”, “inmortalidad”. Ambos autores imaginan que era junto a Dios el lugar del que se apartaron para nacer, pero al que han de volver luego de la muerte. Dios es “our home”, nuestro hogar. Dios nos da el cuerpo en nuestra concepción, para que en este mundo hagamos el bien y, terminada nuestra jornada en esta tierra, volver a Él.

Nota: Profesor Humberto Guglielmin
guglielmin.humberto@live.com

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