Texto de Claudio Meunier – 6 de junio de 2024 –
El martes 6 de junio de 1944, día 1739 de la Segunda Guerra Mundial, comenzó la Operación Overlord en las playas de Normandía, norte de Francia. Aquella jornada histórica sería recordada, desde entonces y para siempre, como el Día D.
Fue la mayor invasión marítima de la historia. Participaron 6939 buques de guerra, entre los que se destacaban los acorazados Rodney, Warspite, Nelson, Texas, Nevada y Arkansas, apoyados por cruceros, destructores, corbetas, transportes y lanchones para el desembarco de tropas y material.
Las cinco playas elegidas para el asalto final estaban totalmente fortificadas. Habían sido bautizadas con nombres claves por los aliados: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. Las playas, a su vez, fueron subdivididas en 17 sectores. Para el régimen nazi eran inexpugnables, las llamaban “El Muro del Atlántico”.
En las primeras horas de aquella jornada histórica, 132.700 tropas cruzaron en forma escalonada el Canal de la Mancha, desde las costas de Inglaterra al norte de Francia. El desembarco fue precedido por un masivo asalto aerotransportado, llevado a cabo por 1200 aeronaves.
Los aliados habían aprendido las lecciones del “desastre de Dieppe”, el 19 de agosto de 1942, cuando no pudieron concretar el desembarco en el pequeño puerto francés y sufrieron más de cuatro mil bajas.
No podían cometer los mismos errores. Llegaban al Día D (nombre clave que nada tiene que ver con “desembarco” o “departed date”: era común en el ejército utilizar ese término para hacer referencia al día en que comenzaban las operaciones) con antecedentes exitosos: la Operación Torch, como llamaron al desembarco masivo en el Norte de África, y la Operación Husky, que permitió la captura de Sicilia.
El costo de la invasión fue de 4000 muertos y unos 9000 heridos. Las “escasas” bajas (los aliados habían estimado un sacrificio humano mucho mayor) tienen motivos precisos: entre otros, el trabajo realizado por Juan Pujol García, un agente español conocido como ‘Garbo’, pieza fundamental de la Operación Overlord.
Pujol, que operaba para el servicio secreto alemán, fue reclutado por la inteligencia británica y comenzó a trabajar como doble agente. En su delicado rol, proporcionó información falsa pero creíble al alto mando alemán a través de una red de 27 informantes ficticios. Así convenció al propio Adolf Hitler de que el desembarco aliado tendría lugar en el Pas de Calais, al este de Normandía, donde el Canal de la Mancha se vuelve más estrecho, durante el mes de julio de 1944. La información falsa entregada por Pujol fue tan increíble, que Hitler ordenó que lo condecoraran con la Cruz de Hierro.
Las tropas norteamericanas tomaron las playas de Omaha y Utah. Los canadienses y los británicos se encargaron de las tres playas restantes: Juno, Gold y Sword.
Sin embargo, quienes componían dichas unidades pertenecían a un conglomerado internacional de combatientes que incluía a polacos, franceses, belgas, peruanos, holandeses, brasileños y 60 argentinos dispersos entre la aviación, el ejército y la armada, que recibieron allí su bautismo de fuego. Por aire, mar y tierra los voluntarios argentinos protagonizaron acciones en la primera línea de batalla, jalonando con su esfuerzo -y también con su sangre- las arenas de Normandía.
ARGENTINOS QUE PARTICIPARON DEL DESEMBARCO
Raúl Alfredo Casares
El paracaidista del Jockey Club
Las columnas de aviones de transporte se deslizaron como un cardumen en dirección a Francia sin encontrar resistencia. Cuarenta minutos les llevó a los bimotores Dakota volar hasta Normandía. Cargaban la mayor fuerza de paracaidistas aliados de todos los tiempos. Entre ellos, se encontraba el teniente Raúl Alfredo Casares, oficial de inteligencia del Octavo Batallón de Paracaidistas perteneciente a la Sexta División Aerotransportada británica. Su misión consistía en tomar el puente Troarn, en la retaguardia de la playa Sword. Debían apoderarse del puente y destruirlo para impedir que los alemanes lo utilizaran con el objetivo de enviar refuerzos.
Casares iba a realizar el decimotercer salto en paracaídas de su vida. Pero esta vez, sería su bautismo de fuego sobre territorio enemigo. Al igual que sus compañeros, llevaba el rostro cubierto con betún negro para no reflejar la luz de la luna y confundirse con la noche francesa.En una de sus botas llevaba atado un filoso cuchillo, indispensable para resolver problemas con el paracaídas y para utilizarlo en combate cuerpo a cuerpo. Sus movimientos estaban limitados por las bandoleras de municiones que le cruzaban el pecho. Sus guantes grises aferraban su arma.
Un relámpago -y su estruendo- resonaron en las cuadernas del avión de transporte. Alguien se animó a decir que era a causa del mal tiempo, pero otra voz alertó: “¡Es fuego antiaéreo enemigo!”.
El cielo se iluminó con bengalas lanzadas por los alemanes para descubrir a los incursores que se aproximaban al amparo de la oscuridad. En cuestión de minutos se unieron reflectores antiaéreos y la artillería se volvió densa.
Una luz roja se encendió brillante capturando la atención del teniente Casares. El momento del salto se acercaba, la breve espera le pareció una eternidad.
¿Qué hubieran pensado sus amistades del Jockey Club ante la dramática escena que tenía como protagonista al nieto de uno de sus fundadores, Don Emilio Casares? Nadie lo hubiera reconocido en aquella escena, su sangre hervía. Para Casares, el nazismo se resumía en una sola palabra: brutalidad.
Le costó ponerse de pie, debido al peso que cargaba, y fue en ese momento en que se encendió la luz verde: el momento de saltar había llegado. Comenzó su torpe caminata hacia la puerta. La concentración de Casares era tal que ni el silbido del viento ni el sonido de las explosiones desviaron su atención.
Lanzado al vacío, observó un chorro de munición trazadora que ascendía y que pasó muy cerca de su cuerpo. Pensó que moriría. De pronto, un tirón le indicó que su paracaídas se había abierto otorgándole el primer pasaporte a su salvación, aunque su agitado descenso sería entre las explosiones de la artillería antiaérea que disparaban sin cesar sobre aviones de transporte y también sobre los paracaidistas.
A Casares no se le hubiera ocurrido en ese momento un mal presagio. Pero una noticia lo aguardaba: su hermano menor, Emilio, de solo 20 años, que se había formado como comando en el ejército británico, había sido evacuado a un hospital debido a una doble fractura de mandíbula ocasionada en un combate con tropas japonesas en Birmania.
Tras tocar tierra, guiado por un civil francés, se dirigió hacia la localidad de Troarn para completar su misión: volar el puente y contener así el avance enemigo. Pero vehículos semiorugas, pertenecientes a la 21 Panzer Division, cerraron el paso. Los paracaidistas abrieron fuego y comenzaron un feroz combate.
Los alemanes se quedaron sin municiones, abandonaron sus vehículos y se retiraron en busca de refuerzos. Dejaron tres soldados muertos. Casares siguió luchando con su batallón durante un mes. El puente de Troarn fue volado en dos ocasiones.
El 4 de julio de 1944, durante los combates, Casares recibió dos impactos de bala en su cuerpo. Fue operado en un hospital francés y durante su convalecencia lo capturaron las tropas alemanas. Se convirtió en prisionero de guerra y fue liberado al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Su hermano Emilio también se recuperó y sobrevivió al conflicto.
Kenneth Charney
El caballero negro de Malta
El caballero negro de Malta
Los aviadores argentinos tuvieron un día agitado aquel 6 de junio. Realizaron un promedio de dos a tres misiones en la primera jornada del desembarco. A las 6 de la mañana, el piloto argentino Kenneth Charney, comandante de escuadrilla, reunió a sus pilotos y les informó: ”Las tropas de asalto están tomando las playas, en 55 minutos despegamos”.
Nacido en Quilmes, a los 13 años, le sacó el auto a su papá y condujo en contramano por una de las avenidas principales de Bahía Blanca, donde se había mudado su familia. Sus padres lo mandaron pupilo al prestigioso Aldenham School de Londres, pero las autoridades de la institución pronto lo enviaron de regreso a la Argentina, donde Kenneth continuó su saga de enredos en el prestigioso St. George’s College de Quilmes. Luego canalizó su energía a través del rugby.
Llegó a la Segunda Guerra Mundial como voluntario, a través de la Royal Air Force: se convirtió en piloto de Spitfires. En 1942, al frente del escuadrón 185, defendió la isla de Malta, del ataque alemán. Allí se ganó el nombre con el que lo recuerdan los libros de historia: “El caballero negro de Malta”.
El Día D, los 13 cazas Spitfires del escuadrón 602 City of Glasgow (pintados con las bandas de invasión negras y blancas en las alas y fuselaje para ser reconocidos por las fuerzas aliadas) irrumpieron sobre las playas Sword, Juno y Gold. Charney llamó por radio a sus pilotos dándoles la última orden: “Aplasten la primavera”.
Los Spitfires cruzaron las playas en vuelo rasante, como si estuviesen arriando a la masa de hombres y vehículos que intentaba dejar atrás las playas e internarse en la campiña francesa. Coloridas marcas de humo lanzadas por la infantería marcaban las posiciones alemanas a batir por Charney y sus pilotos. De esta manera se requería apoyo de fuego aéreo.
Al regresar de su primer vuelo, que duró dos horas, el argentino anotó en su diario de guerra: “Primera misión del día. Escolta a baja altura. Fuego antiaéreo enemigo nulo. Sin rastros de aviación enemiga”.
Charney completó la última de sus tres misiones a bordo de su Spitfire al anochecer del 6 de junio. En los días siguientes realizó otras 27 operaciones de combate sobre Normandía. Continuó durante 1945 y luego hizo carrera como aviador en la Royal Air Force hasta su retiro, a fines de los años 60. Falleció el 3 de junio de 1982 en Andorra. En 2015, sus restos fueron repatriados a la Argentina y hoy descansan en el cementerio de la Chacarita.
Luis Fortín
El bombardero del club Plaza
Jugador de rugby del club Plaza, el rosarino Luis Horacio Fortín se había formado como piloto de bombarderos bimotores Douglas Boston, fabricados en norteamérica, operados por la Royal Air Force, a disposición de los franceses libres.
Fortín era reconocido en su unidad por mantener la integridad de sus pilotos en las misiones. En cierta ocasión, le tocó realizar un bombardeo en Boulogne Sur Mer con mal tiempo y tuvo extremo cuidado al lanzar sus bombas. Luego reveló: “Los blancos se encontraban cercanos a la población francesa y también cerca de la casa del General José de San Martin. Si hubiera alcanzado la casa, jamás me habría perdonado semejante error”.
Esa mañana en la sala de operaciones los tripulantes del Escuadrón 342 asistieron a la reunión informativa. El trabajo iba a ser peligroso y muy especial. Volar rasante y paralelo a la costa, lanzando cortinas de humo con un equipo instalado a bordo del bombardero Boston. La acción dejaría a los artilleros y observadores de las baterías costeras alemanas virtualmente a ciegas, impidiendo ver la fuerza de ataque en aproximación a las playas, ni tampoco a los buques de guerra que con una demoledora potencia de fuego dispararían sin cesar.
El escuadrón argentino británico 164 lanzó a sus cazas Typhoon en oleadas sobre las defensas enemigas. Volaban con cierta tranquilidad, disfrutando de la supremacía aérea. Los argentinos Freddie Greene (que tras la guerra regresó al país y se convirtió en un hombre de campo) y Bertie Brownrigg completaron varias misiones durante el día.
Hubo más compatriotas en el aire de Normandía, como Roland Dashwood, Ricardo Moreno, Pedro Hyland, Burton Pagnam y Donald Neilson, de Capital Federal, que volaba junto al escuadrón 550, piloteando bombarderos Avro Lancaster.
Al finalizar el conflicto, Fortín (que en los días previos al Día D realizó misiones de bombardeo y luego prestó soporte a las operaciones de su escuadrón), se unió al núcleo de pilotos que dieron vida a la recientemente creada por ese entonces Aerolíneas Argentinas.
Más tarde, retirado del mundo aeronáutico debido a una afección cardíaca, se instaló en Washington con su esposa, Blanca Pascual. Allí, se dedicó a su segunda pasión, la economía: trabajó como oficial de inversiones senior en el Banco Mundial. Falleció el 19 de enero de 2010, a sus 90 años.
Henry Venn
El exalumno del Saint George’s
Henry Venn podía ver la playa Sword desde su lanchón de desembarco. Ya tenía una vasta experiencia: había sido condecorado con la Distinguished Service Cross por sus participaciones en la Operación Torch (desembarco aliado en el norte de África, en noviembre de 1942) y en la Operación Husky (la invasión aliada a Sicilia, en julio de 1943). Ahora, con el rol “beachmaster assistant”, debía tomar y asegurar el sector Queen.
Las agitadas aguas de las costas enloquecieron cuando los obuses alemanes comenzaron a golpear la superficie del mar. El trabajo de Venn en el engranaje de la Operación Overlord sobre la costa de Francia no era menor, requería sangre fría para ordenar el inmenso flujo de circulación de tropas y blindados en las playas bajo fuego enemigo. Venn descendería antes de que lo hiciera la primera oleada y controlaría el caos. Además, debía informar sobre posiciones enemigas, solicitar apoyo naval y aéreo, además de suministrar inteligencia a la fuerza de desembarco.
Su labor permitió el eficaz arribo del equipo pesado del Fox Commando, que transportaba 34 tanques Sherman para brindar refuerzo inmediato a las tropas aliadas en las playas. Los Sherman lograron neutralizar los cañones alemanes de 20, 50 y 75 milímetros, otorgando una buena cobertura a las tropas y evitando bajas.
Al cesar el fuego enemigo sobre el sector Queen, Venn y sus camaradas comenzaron a instalar el puesto para dirigir el tráfico en la playa. La operación había sido en gran parte un éxito: 28.845 hombres desembarcaron allí para adentrarse en territorio francés.
Venn, que se educó como pupilo en el colegio Saint George’s, cayó poco después de las 7.30 del Día D, en la playa Sword, luego de asegurar el desembarco. Estaba haciendo tareas de reconocimiento en un sector plagado de obstáculos antitanque cuando pisó una mina enterrada en la arena.
Su cuerpo permaneció el resto del día en la playa, junto al de otros tres comandos. Hoy, sus restos descansan cerca de allí, en el cementerio militar de Bayeux.
Lennard Bentley
El “indio rojo” argentino
Al mismo tiempo, en la playa Juno, Lennard Bentley luchaba para sobrevivir. Tenía 20 años, había nacido el 15 de julio de 1924 en Bahía Blanca, y se había formado como un Royal Marine. Formaba parte del 30 Commando Assault Unit que dirigía Ian Fleming, recordado por ser el creador de James Bond. Pertenecer a dicha unidad de elite significaba una sola cosa: excelencia absoluta en el arte del combate. Sus integrantes eran llamados “los indios rojos”.
En la noche del 11 de junio de 1944, la Unidad de Asalto de Fleming se encontraba descansando a cielo abierto en las inmediaciones de Sainte-Mère-Église. El grupo despertó al escuchar aviones nocturnos alemanes sobrevolándolos. A continuación uno de ellos soltó armamento nuevo llamado sprengbombe, conocido en la actualidad como bomba de racimo o beluga de tipo antipersonal. Al detonar, se produjo una lluvia de metralla que selló el destino del Royal Marine argentino. Los que acompañaron sus últimos instantes, recuerdan haberse sentido impresionados y humillados ante el extraordinario estoicismo del joven Bentley, mortalmente herido en la zanja donde había intentado ponerse a salvo. Transitando una masiva hemorragia interna, dejó una lección a sus camaradas al mostrarles cómo moría un “indio rojo” de Fleming: en silencio y con una sonrisa en su rostro.
Sus restos descansan en el Cementerio de Guerra de Bayeux. Su nombre permanece presente en el Colegio St. Andrew´s, en Olivos, en una placa que se erigió en memoria de exalumnos.
Pedro Norberto Luis Priani nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, el 19 de octubre de 1916. Sus familiares lo llamaban, afectuosamente, “Chincho”. Se presentó como voluntario junto a su amigo Henry Venn, un año más joven. Antes de la guerra, compartieron el plantel superior de hockey del Club Quilmes Atlético, pero tras el período de formación militar se volvieron inseparables. Completaron el curso de comandos y recibieron destino distinto: Priani fue enviado al ejército, mientras que a Venn lo alistaron en la Royal Navy.
Priani fue uno de los combatientes argentinos involucrados en lo que se podría denominar la ‘Pre Normandía’. Dos veces, durante el año 1943, se infiltró en las playas del norte de Francia fuertemente defendidas por el ejército alemán. En ambos casos, su misión consistió en tomar muestras de arena que permitiesen elegir las mejores áreas para el desembarco de vehículos y blindados pesados sin correr el riesgo de quedar varados.
El 6 de junio, Priani se encontraba de guardia junto a su regimiento. Le habían comunicado que recién se embarcaría al día siguiente hacia Normandía, en una jornada que sería recordada como el Día D+1.
Priani tuvo que lidiar con un duro golpe al arribar a Normandía: su querido amigo y vecino de Quilmes, con quien había partido a la guerra, estaba muerto. Él continuó con su labor de comando, uniéndose al avance sobre Francia. Combatió en Eterville, en la villa de Maltot y en Ducy Sainte Marguerite, detrás de las líneas enemigas.
Por operar pese a haber sido herido, fue condecorado con la Cruz Militar. Regresó a la Argentina en 1946. Opositor al gobierno peronista, fue encarcelado en 1952. Más tarde, durante dos gobiernos de facto, tuvo la responsabilidad de regir en tres oportunidades los destinos de dos provincias patagónicas de Santa Cruz y Chubut. Falleció el 18 de julio de 1983 en la ciudad de Buenos Aires.
Un joven de San Albano y una promesa del golf
Más argentinos llegaron a territorio normando. Y por todos los medios posibles. Hugh Mac Iver, nacido en Banfield y exalumno del colegio San Albano, fue el tripulante de un tanque Sherman perteneciente al Batallón 27 blindado que desembarcó en la playa Juno.
El porteño Paul André Gaubin, que alcanzó el grado de Jefe de Brigada con los franceses libres, llegó unos días más tarde a la playa Utah junto a la Segunda División del General Philippe Leclerc de Hauteclocque. Thomas Dawson Sanderson, una ascendente estrella del golf argentino, desembarcó en la playa Juno con los Scottish Borderers. Herido en combate, el 10 de junio le amputaron una pierna. El tucumano Benjamín Josset, tripulante de un tanque Sherman bajo las órdenes de Leclerc de Hauteclocque, se distingue en Normandía y el 25 de agosto ingresa en París dando soporte a la liberación.
A fines de agosto de 1944, las tropas aliadas en suelo francés sumaban más de tres millones de efectivos. La operación Overlord terminó el 30 de agosto, cuando fueron expulsados los alemanes del valle del Río Sena. Entonces, comenzó la última fase, la carrera hacia Berlín.
En la Navidad de 1944, el agente español Pujol García fue condecorado por los británicos. Perseguido por los nazis, simuló su muerte en Angola y emigró a Venezuela, donde vivió el resto de sus días en el anonimato absoluto, convirtiéndose en profesor de inglés para empleados de la empresa Shell.
Alrededor del mundo existen centenares de museos y monumentos que recuerdan lo que sucedió el 6 de junio de 1944 en las playas de Normandía. El desembarco aliado marcó “el principio del fin” de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a 80 años del Día D, todavía hay historias de héroes argentinos que jamás fueron contadas. Fueron hijos y nietos de inmigrantes, exalumnos de colegios que siguen formando jóvenes, amigos del club y vecinos del barrio, tan comunes pero a la vez tan extraordinarios, que estuvieron dispuestos a dar su vida para liberar al mundo del flagelo nazi.
Extraordinario relato…Orgulloso de enterarme que uno de los argentinos que participó en el día D , fue nativo de Bahía Blanca…Un tal LENNARD BENTLEY,el Indio Rojo argentino, quien estuvo a las órdenes de Ian Fleming, el creador de JAMES BOND, 007…Beatles, el 15 de julio cumpliría 100 años.. Sería bueno que la ciudad le rinda un homenaje…