Habitar/nos desde el lenguaje común

Por Jorge Cascallar. –

Hay algo anterior al habla, anterior incluso al grito: el silencio compartido. Ese que anida en las cocinas, en los pasillos de los hospitales, en la vereda tibia de la tarde. El lenguaje no nace en los libros ni en las leyes; nace de la urgencia de nombrar lo que necesitamos, lo que duele, lo que está ausente, lo que persiste. Habitar el lenguaje es habitar una comunidad.
La palabra es territorio. En las barriadas, el lenguaje no se impone, se hereda, se inventa. Una tonada, un dicho, una forma de nombrar la tristeza: eso es pertenencia. La memoria se transmite más en la sobremesa que en las escuelas, más en las frases repetidas por las abuelas de la cuadra que en los manuales. Y en ese circuito oral (hecho de risas, broncas, promesas rotas y lágrimas) se dibuja la cartografía afectiva del barrio.
El lenguaje no solo dice: construye. Levanta paredes invisibles que sostienen lo común. Nombra para que no se borre. Para que duela con otros. Para que alguien responda.
El lenguaje, entonces, no es solo instrumento. Es clima, es morada, es refugio, es mapa. Es lo que permite que una comunidad se piense, se recuerde, se olvide, se duela. Que sepa cuándo decir y cuándo callar en lo común. Porque en el silencio también habitamos con otros.

Habitar no es solo tener un techo. Es tener con quién, en silencio, mirarnos y reír. Tener a quién contarle los olores y la infancia. Habitar es también ser escuchado sin pagar. Y eso solo es posible cuando el lenguaje no está capturado ni vaciado por el mercado.
Porque mientras haya palabra, hay vínculo. Y mientras haya vínculo, hay comunidad. Cuando el lenguaje sigue siendo, como en los barrios, un común generoso.
Porque el lenguaje no se aprende: se vive. Se siembra en la infancia y se gesta con quienes nos enseñaron a nombrar… hasta el amor. En esa transmisión, en ese habla (a veces rota, a veces poética) se juega más que la comunicación: se juega la pertenencia a un nosotros.

En el silencio, decimos para no desaparecer. Decimos para que el mundo no sea ajeno. Decimos porque el decir es una forma de quedarse, de habitar lo común, no solo en la palabra, sino en la comunidad.

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